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Sostenibilidad

Por qué el desperdicio de alimentos es un objetivo escurridizo en la lucha contra el cambio climático


Muchas sociedades se han vuelto relativamente cómodas en lo que respecta a la idea de las cadenas de suministro "justo a tiempo" que les proporcionan mercancías día sí y día también. En cambio, la producción y la distribución de únicamente los alimentos necesarios no parece tener una gran aceptación. La gente se ha acostumbrado a la abundancia y, tal como quedó patente con los desajustes en la cadena de suministro de 2021, el público se asusta con facilidad al ver las estanterías de los supermercados vacías.

Así pues, la superproducción forma parte del sistema (la alternativa es impensable), aunque sus implicaciones pocas veces se han abordado de forma adecuada. Los datos ilustran tajantemente por qué constituye un gran problema si el mundo pretende alcanzar cero emisiones netas en las próximas décadas.

Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de EE. UU., el mundo desperdicia cerca de un tercio de la comida que produce para consumo humano.1 Ese despilfarro se produce a lo largo de toda la cadena de suministro, desde el campo hasta el vertedero . Según Naciones Unidas, solo en fruta y verdura, las pérdidas equivalen a casi la mitad de la producción total.2 Cada artículo desperdiciado equivale a un desperdicio de agua, tierra y combustible, además de sugerir una deforestación y un uso de pesticidas innecesarios. 

En total, se calcula que la huella de carbono del desperdicio de alimentos equivale a unas 3,3 gigatoneladas de CO2 al año; si fuera un país, la comida desperdiciada sería el tercer emisor del mundo, solo por detrás de EE. UU. y China.3

No obstante, estas cifras agregadas enmascaran la naturaleza dispersa y diversa del problema. Al intentar una aproximación al desperdicio de alimentos, no existen enormes centrales eléctricas que emitan gases de efecto invernadero (GEI) a las que culpar, sino millones de momentos y transacciones en granjas, supermercados, hogares y restaurantes. Además, aunque las fuentes de energía renovable pueden reducir progresivamente nuestra dependencia del gas y del petróleo, actualmente no existe una alternativa viable para los alimentos que nos mantienen con vida, ni siquiera para las redes de producción y distribución que nos ponen la comida en la mesa.

Sin un sistema de sustitución perfecto esperando a ser aplicado, es probable que las soluciones sean también dispersas y diversas. Un informe de 2014 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura lo dejó patente: los seis métodos de mitigación que destacó iban desde refrigeradores de leche en Kenia a una mejor clasificación de zanahorias en Suiza, pasando por pienso para cerdos en Australia.4 Sin embargo, es fundamental destacar que existen estas posibles soluciones parciales. Además, para los inversores que quieren crecer sin perder de vista la descarbonización, dicha variedad podría constituir un atractivo filón de oportunidades.

Impactos desiguales

El desperdicio de alimentos se produce en todo el planeta, pero en ocasiones de formas muy diferentes. En los países más ricos, la producción ha ido adquiriendo eficiencia gracias a la mecanización y a unas mejores prácticas agrícolas. Eso significa que el desperdicio tiende a producirse en el extremo final de la cadena de suministro, cuando los excedentes suelen arrojarse a un vertedero y acaban contribuyendo a las emisiones de metano, un GEI mucho más destructivo (antes de la combustión) que el dióxido de carbono.

Si aceptamos la producción excedentaria como la única realidad políticamente plausible para un país avanzado (y aceptamos que  consumo excesivo es inaceptable por todo tipo de razones sociales y sanitarias), entonces parte de la solución debe recaer en lo que hacemos con la comida cuando cae del lado equivocado en la dinámica de la oferta y la demanda. Existen varias empresas que proporcionan aplicaciones para conectar a aquellos a quienes les sobra comida con posibles consumidores. A menudo, funcionan en un plano comunitario, entre personas, pero incluso las que buscan replicar la idea a nivel de restaurantes y negocios de catering, tienen problemas para alcanzar un tamaño que las haga atractivas para los grandes inversores.

Tal vez sean más viables las empresas que intentan producir energía mediante la recogida y distribución de aceite de cocina usado como combustible para las principales empresas de transporte o las que usan los desperdicios de la producción cárnica para crear fertilizantes.5 Hay otras empresas centradas en la digestión anaeróbica, un proceso centenario que toma los residuos de alimentos de toda la cadena de suministro y los procesa para crear biogás . Cuando se quema para generar electricidad, el biogás genera emisiones mucho menos peligrosas que si se dejara descomponer. También se considera neutro en carbono, ya que el dióxido de carbono se extrae de la atmósfera a través de plantas cultivadas y recolectadas recientemente (en claro contraste con el CO2 liberado en la combustión de los combustibles fósiles, que lleva almacenado milenios). 6

En el Reino Unido –donde la energía producida mediante digestión anaeróbica aumentó cerca del 60% entre 2015 y 2020– el desperdicio de alimentos supone cerca de un tercio del material usado y las cosechas, otro tercio.7 Según el último estudio de mercado de la industria de la digestión anaeróbica y el compostaje del Reino Unido, en 2018 se pusieron en funcionamiento 3,2 millones de toneladas de residuos alimentarios que ayudaron a generar 1.200 millones de metros cúbicos de biogás (además de otros productos, como el fertilizante) . Una cuarta parte de dicha producción se introdujo en el suministro eléctrico de la red nacional.8

Durabilidad

Otra posible solución que ha llegado a la escala de la inversión se sitúa en las innovaciones que pueden ayudar a retrasar la caducidad de los productos. Los alimentos frescos pueden estropearse con facilidad porque ofrecen un entorno atractivo para los microorganismos, pero los envases antimicrobianos pueden ayudar a solucionar este problema, al igual que los gases antimicrobianos en las bolsas de aire alrededor de productos como la carne o el queso. Además, puede conseguirse el efecto adicional de reducir la dependencia de la refrigeración  que consume energía en la cadena  logística.

Si nos remontamos al inicio de la cadena (más allá del universo de las inversiones) hasta llegar a los agricultores que producen los alimentos, podemos ver innovaciones esperanzadoras en asociaciones como la estadounidense Farmers Business Network.9 Iniciada en 2014 como una forma de compartir información entre un pequeño número de productores, ha crecido hasta convertirse en una organización de 25.000 miembros que, a través de la recopilación y el intercambio de datos, busca mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de la agricultura . Esta asociación empezó con la idea de hacer frente a los precios excesivos, y ahora ayuda a los agricultores a tomar decisiones de cultivo más precisas para conseguir un uso de la tierra más productivo.

Los debates sobre el desperdicio de alimentos tienden a ser la pescadilla que se muerde la cola. Los problemas y las soluciones están dispersos a lo largo de la cadena de  valor, y creemos que esto es algo tan alentador como complejo para los inversores. A medida que el mundo se adapta al futuro con cero emisiones netas establecido por los gobiernos (y a medida que nosotros asimilamos el impacto climático del sistema de alimentación que nos sustenta), van surgiendo posibles oportunidades.

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